La industria y los hogares buscan en los desechos agrícolas como el alperujo, los huesos de aceituna o la pipa de la uva una alternativa a los combustibles fósiles
Del olivar, la poda. Del campo a la central eléctrica. Se queman las ramas y la combustión del vapor se mete en la turbina para generar energía. Lo mismo con la peluca de la encina, los frutales que se arrancan de los regadíos o la caña del maíz en la cosecha de cada otoño. O con el sarmiento y la pipa de la uva. La biomasa, el residuo orgánico que sirve para la producción de energía eléctrica tiene un mercado que al día de hoy no puede abastecer. Sacarle valor a los huesos de aceituna, a la piel del tomate o a la cáscara de la almendra interesa.
Entre Valdetorres y Guareña funciona la planta de Troil Vegas Altas. Allí llegan los restos de hojas, huesos y el alperujo de otras cooperativas de la zona para transformarlos luego en biocombustibles.
De alperujo, por ejemplo, transforman tres mil doscientas toneladas al mes a través de secaderos que lo convierten en combustión por vapor, fertilizante orgánico o componentes para alimentación animal.
El hueso de aceituna tiene cada vez más uso doméstico para alimentar las calderas de las casas, pero también industrial. Instalaciones en granjas de cerdos, de hoteles o residencias de ancianos ya lo han incorporado
Adolfo Reviriego fundó en el año 2011 Tentubío. Intuyó las posibilidades que hay en Extremadura de generar energía a través de los desechos agrícolas y hoy es una de las principales comercializadoras nacionales. «Ahora mismo hay déficit de biomasa. El año pasado nosotros estábamos en cuarenta mil toneladas anuales, en 2021 alcanzamos las ochenta mil y para el 2022 nos iremos a las ciento veinte».
«Hay más demanda que producto», vaticina. Pero satisfacer el mercado requiere, en primer lugar, un desarrollo comercial.
Comprar por un lado a proveedores que generan biomasa y por otro hacerlo llegar a los clientes que ponen las calderas. También un esfuerzo logístico. Normalmente, explica, los que usan hueso de aceitunas no van a por los sacos a las fábricas o las almazaras, hay que llevársela. Igual que el butanero lleva la bombona a las casas. Por la evolución que ha visto del mercado, la demanda crece por su doble línea natural: la industrial y la doméstica. El ahorro es el reclamo.
Cada litro de gasoil equivale a dos kilos de biomasa. El hidrocarburo se mueve ahora entre los 85 y 90 céntimos por litro y esa energía en cáscaras de almendra o en hueso de aceituna cuesta treinta y seis céntimos. A los consumidores industriales, la energía les cuesta más barata aún. «Un combustible de biomasa sale un ochenta por ciento más barato que uno fósil», calcula.
Hay un desarrollo paralelo entre ambos modelos. Cuando el petróleo se paga caro repuntan las instalaciones de biomasa y cuando baja se estabiliza la demanda. Ahora vive una fase expansiva. Desde hace un año y medio, estima Adolfo, con la escalada del petróleo ha vuelto a crecer la curva al otro lado.
Los secaderos de tabaco también han migrado, ahora se nutren de la aceituna
A grandes consumidores de energía térmica les interesa por las primas al dejar de emitir CO2
El futuro que tanto se pronosticó la década pasada se ha convertido ya en presente.
Las almazaras de la región, por ejemplo, han migrado a biomasa. Aprovechan sus propios desechos. Su factura eléctrica no depende ya del precio del petróleo.
También se ha extendido en los últimos años la aplicación en las explotaciones ganaderas. Granjas de cerdos y pollos que necesitan calefacción no piden ya petróleo. Fuera de la agricultura, hay otras instalaciones industriales que han seguido el mismo camino. Adolfo pone como ejemplo al sector de la cerámica. Las fábricas de ladrillos funcionan con orujillo, uno de los desechos de la aceituna. O los secaderos de tabaco del Campo Arañuelo, que también consumen la energía que se genera al molturar la aceituna.
Y como ocurre con los fósiles, la cotización de los bio va en ascenso. Forma parte de la lógica del mercado. Al subir de precio el gas y el gasoil, es lógico que sus sustitutos también repunten, aunque sus subidas no sean tan acentuadas. A pesar de que las materia primas de los biocombutibles se vende sin regulación alguna. No hay un referente para marcar la cotización de la cáscara de almendra. Ahora hay quien la compra a sesenta euros toneladas y quien paga setenta y dos. Entre los seis o siete proveedores que operan en estos momentos en el circuito nacional puede desviarse un margen de doce euros según el sitio dónde preguntes.
Adolfo Reviriego habla ya de un sector consolidado. Quizá en Extremadura no se conozca la dimensión real porque los inviernos cortos limitan el canal doméstico. Hay familias que no se plantean la migración porque compran combustible tres meses al año. A la caldera que tarda ocho años en amortizarse en Extremadura le bastan cinco en Navarra.
No han faltado tampoco los incentivos y las subvenciones con líneas de crédito al consumo de biomasa que se han repetido en los últimos diez años.
Factor clave también la consideración que tienen como emisores neutros de dióxido de carbono. Las primas a las industrias por las toneladas que dejan de emitir han abierto todo un mercado a nivel europeo por los derechos de emisión.
Las cementeras, por ejemplo, representan este sector. Son grandes consumidores porque necesitan energía térmica para deshacer la piedra que se saca de la cantera. Antes todos funcionaban con derivados del petróleo y ahora han entrado en la biomasa porque les interesa tanto el ahorro del consumo eléctrico, como la compensación tan alta que reciben al reducir los derechos de emisión.
Hace un año, compara Adolfo, se pagaba veinte euros por cada tonelada de CO2 que se dejaba de emitir y ahora roza los setenta. No extraña, por tanto, que a nivel industrial haya empresas buscando una biomasa que no encuentran y mantienen el modelo energético fósil por falta de proveedores, pero no por ganas.
Este atractivo tiene una repercusión indirecta en el campo. La fábrica de almendra podrá pagar más al agricultor si saca un dinero por la cáscara. No se le incrementa directamente por el subproducto, pero aumenta el rendimiento de la cosecha que entrega.
El destino final pueden ser plantas de generación de electricidad a gran escala como la de Acciona de Miajadas y la de Ence en Mérida. La primera inició su actividad en 2010 y la segunda en 2014. Sumando la capacidad de ambas, generan electricidad para abastecer a 270.000 habitantes. En término porcentuales alumbrarían a una cuarta parte de la población de Extremadura.
La de Miajadas es una planta mixta. Tiene dos fuentes principales: leñoso y herbáceos. Por leñoso se entienden los restos de pino, eucalipto, encima y chopo. Y por herbáceo la paja de cereal de invierno (cebada, trigo, avena, triticale), la paja de cereal de primavera (maíz) y la de otros cultivos como la colza o el algodón.
El reto viene ahora en saber si habrá material suficiente para abastecer otras instalaciones similares que quieran instalarse en la región. Tiene sentido, entiende Adolfo Reviriego, basar futuras instalaciones en subproductos abundantes y cercanos que permitan un suministro continuo en ochenta o noventa kilómetros.
En otras zonas de España donde hay una masa forestal abundante en los bosques, la biomasa viene principalmente por la aportación de los aserraderos, más que de la agricultura. En Extremadura debe venir más por el olivar, la viña y los frutales. Del campo a la planta eléctrica.
Noticia original: https://www.hoy.es/agro/region-demanda-biomasa-20220107000353-ntvo.html